August 4, 2005

LA FIESTA INOLVIDABLE


¿Dónde estaba yo un día como hoy de 1986? Me lo pregunta una promotora menor que yo, pero en tono de policía malo para invitarme a una fiesta de esas que reviven una década inolvidable, según reza el flyer. Veamos. Enanitos Verdes, Rodolfo Roth, Extrajóvenes, flippers, stuff and shit. Nunca detesté tanto los ochenta. Ni siquiera durante los ochenta. La misma gente que me obligaba a escuchar a Los Prisioneros y la Voz de los 80, que invitaba a detener el estancamiento es la que se empeña en detener el tiempo en un eterno happy hour después del trabajo. Que me colapsa el Soulseek de música que no quiero escuchar, el correo con invitaciones a eventos donde el Tótem son unas zapatillas de la época o un DJ de la era jurásica que capitaliza todo lo que puede antes de que las fiestas de los 90 le quiten las tablas de la ley.
La tele era mala y pasar horas recordando monitos animados después de la segunda botella de vino me parece -por decir lo menos- triste, muy triste. Recordar Pipiripao me lleva a los días en que le metía autogoles a mi equipo, las poleras de Robocop que me regalaba mi abuela o las de Guns N Roses que me daba mi tía, pero que le quedaban buenas a mi hermano. Al menos el se veía feliz tarareando Get in the ring con su horripilante inglés. Pero no. No voy a referirme a la moda, a la trivia ni a la tele con sus lugares comunes y "taquillas" (la única palabra que evito más que escribir "redención"). Hablar de todo eso iría en contra de mi boicot. También es cierto que tuve más amiguitas que el resto de los hombres y eso era mal visto en la prodigiosa década. Y hoy es motivo de respeto, de madurez. Incluso más que tener un amigo gay. Los ochenta son el opio de los fracasados que tienen más historias con un Atari que con una mujer, que no entienden Volver al Futuro, pero le encuentran onda; los que encuentran más fácil bailar con esas baterías programadas el mismo paso toda la noche como en un diabólico twister coronado con bandas de nombres faltos de imaginación o siglas impronunciables.
¿Qué viene después?. Ya todos se han hecho la pregunta, pero nadie se atreve a responderla por temor a perder el sueño la próxima década. Cuando las fiestas del 2020 las produzca un tipo con olfato reviviendo el armagedón del mal gusto, con un revival de Belle and Sebastian mezclado con reggaetón y lolitas disfrazadas de profesionales del servicio o Sergio Lagos animando cumpleaños.
Es cierto eso de que el dinero se concentra hoy en ese público que era basureado por escuchar mala música y encender hogueras en la playa exclusivamente para cantar esas canciones como una secta enajenada de la sociedad en un afán onanista que no compartí porque ni siquiera ahora he terminado de descubrir el rock pre 80's.
¿Dónde estaba yo en 1986?, quizás leyendo por tercera vez La Isla del Tesoro, decidiendo por Coca o Pepsi, en fin. Nada diferente de lo que hago hoy en día, salvo borrar esas invitaciones spam a la megafiesta de los 80 que no te puedes perder y hacer el zapping nuestro de cada dia en busca de nuevos "rostros" que no me recuerden la década inolvidable. Que trato de olvidar, aunque todo me haga pensar que nunca viví en ella.

1 comment:

Antoinette said...

No me imagino que punctum oculto existe en Volver al Futuro que la excuse de ser sólo una película chora. Pero, bueno, hay quienes pasaron por los ochenties como quien pasa frente a un Burger King (si es que se es vegetariano duro). En mi caso, el transitar esa década chillona sumergida en el cliché de la Yuri en amplitud modulada, tomando té con la nana o la abuelita, ha sido fundamental en mi producción visual. ¿Cómo hablar de Antoinette si no hablo de las tardecitas aquellas en que, junto a las vecinitas más cercanas y el infaltable amiguito que no jugaba a la pelota ;-), parodiábamos a la Raffaella Carrá y sus chicos? No podría hablar de la seducción inherente a la rubia si no menciono la inminente caída de la fruta en la Ninfa de las Cerezas, de Valenzuela Puelma, que indefectiblemente me lleva –mediante vertiginosas asociaciones– a cada objeto de deseo presente en la estética de la época: el gel con brillantina, los pantalones amasados, el último casete de Robert Palmer, el Sound Machine de Sony, las botas blancas con flecos… Sin duda una década del fetiche más prosaico, de una búsqueda inútil de identidad, decantada finalmente para los tweens en las lamentables fiestas Kitsch (sólo un estudiante adelantado de arte sabía por entonces que kitsch no era una marca de chicles). No puedo ni quiero renegar de un tiempo que para mí es profundamente romántico y que eleva todas mis pretensiones productivas a un nivel que incluso va más allá de una puesta en crisis de la relación arte/crítica/poder o del discurso fundacional de toda obra. No quisiera dar una perorata al respecto, sólo decir que en el planteamiento vivencial de los ochentas hacia la actualidad, más que un afán diseccionador de la memoria, un sobajeo de lomo o una choreza no más, existe para mí la imaginería que persiste en lo que hago visualmente; íconos que hacen parte de la cajita de herramientas que definen a Antoinette, sus amaneramientos, su paleta cromática, sus propios fetiches devenidos de la nostalgia. Y sí, en una de esas podés leer Volver al Futuro entre líneas, pero no podés ser objetivo en la lectura si no experimentas el fenómeno, tanto para la película como para Robotech, la chasquilla araña y la Free. Si te gusta, te va gustar, viteh?