February 22, 2006

SATISFACTION GARANTIZADA


Mientras los empresarios evalúan como hacer coincidir las agendas de Marco Antonio Solís, U2 y el Festival de Viña; 150 mil argentinos hacen filas de 30 cuadras, lloran sobre césped del estadio de River Plate, queman la ciudad y exorcizan los demonios de una crisis por dos horas de show sólo comparables a la pelea de Mohammed Alí versus Sonny Liston. En un espectáculo tan joven y tan viejo... like a rolling stone



"Hoy me pesan las manos y me duelen los pies/ he caminado tanto solo para ir a verte una sola vez"
Perrosky

Echado de espalda sobre el pasto en el estadio de River, veo las nubes negras que flotan sin ni una misericorde esperanza de lluvia. Cada tanto, los aviones que pasan rumbo al Aeroparque Newbery, cruzan el cielo provocando un estruendo que compite con el de la galería coreando “¡Oh, vamos los Stones!"”.
Son las 21 horas y la fila para entrar a la primera fecha de los Rolling Stones en Buenos Aires duró 5 horas y media bajo un calor infernal. De cabeza veo a un grupo de jóvenes. Los huelo fumar porros y los oigo conversar sobre lo humano y lo estón:
-“¿Ché, sabías que Keith Richards va a ser el papá corsario de Johnny Depp en Piratas del caribe 2?”
-“Loco, ¿escuchaste eso de que la comida favorita de Jagger es el asado argentino?”
-“¿Supiste que Richards dijo que el recital no empezaba hasta que el último argentino estuviera instalado adentro del estadio?. Qué loco, Ché.”
Yo repaso los codazos de la fila peleando con la gente que intentaba colarse. Era como el desembarco en Normandia, pero con la polola a cuestas y cuidando un ticket que en ese exacto momento valía más que mis dos ojos.
Los revendendores se agarraban a piñas con la gente que dudaba de la autenticidad de sus entradas de 300 mangos. Antes valían $150 pesos argentinos. “Si la querés la tomás”, le decían al público y le largaban el puñetazo si la pensaban mucho. Afuera, una periodista histérica de cabellera rubia y cejas negras intentaba hacer funcionar el celular y para ello invocaba a toda la familia del camarógrafo cabecita negra.
Yo sí soy un mal periodista. Los editores me tienen convencido de eso. Truman Capote se cagaba a sus amigos para escribir una crónica viscosa, despellejarlos vivos y luego se largaba a Tánger. Yo para poder asistir a un recital y vacacionar un par de semanas tuve que hacer deleznables cosas también. Me acosté a las 5 de la mañana día por medio durante los últimos tres meses, escribí decenas de relatos eróticos para un próspero empresario hotelero en un solo día y viajé con tendinitis a Buenos Aires. Pero ahora estoy echado sobre el pasto del estadio de River.
En medio de toda esa evaluación, con Ray Charles aún gritando “What i’d say”, las luces se apagan y la gente empieza a gritar como si en el escenario empezara el primer round entre Satanás y Cristo. Saltan como corderos endemoniados y asistimos a todo color al Bigger Bang que da inicio al espectáculo en una pantalla del tamaño de este monitor si el fiel lector fuese un byte.
La explosión es algo así como el Big Bang, como una supernova de piedras rodantes, Cadillacs, transbordadores espaciales y guitarras volando por el universo y aterrizando en la entrepierna de una descomunal negra del tamaño de los Himalayas. Todo en un minuto en que los aplausos hacen temblar –literalmente- los cimientos del estadio. A continuación, y embutido en una chaqueta de torero Mick Jagger se contonea como una gacela con tacos en el primer riff de la noche. “Jumpin Jack Flash”, me informan por interno. Es buena la vida.
ROJO VIP
La santísima trinidad porteña se compone de Diego Armando, el queso muzarella y Los Rolling Stones como santos patronos de una ciudad apaleada, pero contenta de tener de vuelta tras ocho años de ausencia, a la banda más longeva del planeta.
Viéndolos sobre el escenario uno no puede dejar de especular sobre la posibilidad de que Keith Richards esté efectivamente muerto, y que lo hacen tocar la guitarra gracias a la magia negra. O que ese abuelo que uno ve en el escenario bailando como un adolescente, es en realidad un clon de Mick Jagger, uno que en cada descanso del recital es reemplazado por el próximo Jagger artificial sacado de una burbuja criogénica. Uno que durará 30 minutos de show antes de desintegrarse totalmente.
Tras la presentación, Richards es tomado en andas por el griterío y demuestra esa faceta tímida del tipo que no sabe qué hacer con los halagos cuando son merecidos. El vocalista carismático, cede su lugar al guitarrista místico que en sus quince minutos interpreta “This Place Is Empty” y “Happy”. El público está en un trance que llega a su paroxismo cuando el escenario empieza a moverse por un riel hasta el centro del estadio durante ”Miss you”.
Como en las películas de George Romero, los asistentes acudimos al llamado del sonido que cubre el estadio y la multitud avanza como un yogurt puesto boca abajo. El centenar de fantasmas de Cromagnonque aún palpita en las sienes del argentino asistieron también al show y cada vez que alguna chica se caía de los hombros de su pololo al suelo, la gente en lugar de ayudar, escapaba como si el porrazo fuera en un campo minado.
Pero abuelos, hijos y nietos disfrutaron totalmente el espectáculo hasta casi derramar la segunda lágrima del kitsh de Kundera. “Todo es alegría”, le decía un padre a su hijo en brazos mientras el cuarteto inglés volaba sobre las cabezas en el escenario móvil.
Personalmente, la última vez que vi a padres e hijos juntos en un concierto fue en un recital de Mazapán en el Teatro Providencia. Claro, las tías intérpretes de Negrito Zambo tenían una actitud menos desenfadada ante la vida que Jagger, Richards, Wood y Watts esta noche. Un equipo que si bien podría jugar un partido de canasta con Charlie García, Julita Astaburuaga, Sergio Livingstone o el elenco de Rojo Vip, prefiere encender las pasiones y tratar con afecto a su público argentino.
“Los extrañamos mucho. Ustedes están igual”, suelta Jagger en un español tan parco como el de los documentales de la Deutshwelle. Afuera la gente era una turba enfurecida como si les hubiesen caricaturizado a su profeta. Veinte minutos empezado el show seguían haciendo filas interminables, quemando baños públicos y destruyendo autos, partiendo en dos las entradas ante las cámaras de TV y anunciando las penas del infierno para los organizadores por perderse el comienzo del recital. Y yo sin sacarme la polera desde los días de pichangaen el colegio, terminé perdiendo 3 kilos en un día, revoleando la polera con “Tumblin’ dice”, “Midnight rambler”, “Honky tonk women” y otros grandes éxitos que harían mover los pies a Sergio Pirincho Cárcamo, dentro de la convención mundial más grande de poleras de los Rolling Stones.
Horas después y a un día del próximo concierto, sigue sonando el falsete en las galerías del Monumental de River. Sobretodo en los oídos de la vecina quejosaque intenta boicotear el concierto del jueves. Asqueada de la sola idea de ver a su hija saliendo con un Rolling Stone.
AFTER HOUR
Ahora después del concierto estamos acá en el 40 x 5,un bar temático dedicado exclusivamente a los Rolling Stones. Bajo un retrato de Brian Jones, Pablo, Verónica y Francisca -chilenos que también viajaron a ver el concierto- aún están con los pelos de punta y el eco de los 70 mil asistentes al show burbujea junto a las botellas de Quilmes. En los oídos repasamos los momentos kodak del recital, la pantalla de calidad cinematográfica y hacemos un listado de las canciones que faltaron.
Lo más parecido que tenemos al 40 X 5 en Chile debe ser el Shopdog de Estación Central. En Cuenca y Navarro, en pleno barrio porteño de Flores (que es algo así como nuestra Avenida Matta) cada pared es una galería de la fama de cada estón y el comedor está debidamente señalizado con un señero “Banquete de pordioseros” y el reloj mural con un “Time is on my side” y hasta un pedacito de la piscina donde murió ahogado Brian Jones. A los que pisan por primera vez el lugar, todos los presentes les entonan un "Waiting on a friend” tradicional. Y si bien el garzoneo porteño es de una amabilidad exquisita, el dueño del boliche es como Gandhi invitándote a su casa:
-“Chicos lo sentimos, con lo del recital de hoy no tuve tiempo para preparar maní y esas cosas así que si me esperan ya les traigo una pizza gratis”.
Cada diez minutos un comensal pide la palabra y propone un brindis. Por lo que venga. Ya sea porque fue la primera vez que llevó a su hijo de 5 años a un recital de los Stones, porque alguien consiguió esa rareza disquera que faltaba en su colección o simplemente porque el recital fue una perla más en la corona de la vida de estos devotos del rock. El año pasado celebraron el cumpleaños Keith Richards y Alexis viajó desde chile especialmente para la ocasión.
Alexis es un joven ingeniero que a los 13 años se encontró con los Stones porque a su mamá le gustaba la canción “Angie” y dejó los discos de los Beatles como repisa para coleccionar con mórbida adicción todo lo que tenga una lengua roja como símbolo.Hoy cuenta que tiene cerca de 500 vinilos de la banda inglesa, una de las baquetas de Charlie Watts, fotografías originales con certificado de autenticidad y toda la bibliografía rolinga que ha salido al mercado. Está vestido casi completamente de blanco como Mick Jagger en la carátula de “Beggars Banquet” con ropa hecha a su medida y un cinturón que ya quisiera Elvis Presley. El día anterior compró un dibujo de Brian Jones que se hizo a mano en el local y se subastó a 70 dólares.
Me cuenta que viajó a Argentina para asistir a los dos recitales y apuesta con el dueño del local que el jueves, la segunda fecha stoner, incluirá a como dé lugar “Wild horses”: un lento clásico que es al rolinga lo que para el beatlemaníaco es la caricia krishna de Harrison en “Something”.
Aún falta la segunda tocata de los Rolling Stones, que se hagan unos foros en San Telmo y la Gran-fiesta-gran para finalizar una semana completa dedicada a “La banda más grande de la historia”, como reza la inscripción en la barra (No, no son los Bunkers). Juan, el dueño del local, hace un brindis por su hija que está por nacer y su polola que debe ser tan rolinga como él. Si no, una relación como esta no tendría sentido. Le pregunto cómo se va a llamar su piba que llega en tres meses más. Me imagino que Lady Jane, Angie o por último Ruby Tuesday. “Joaquina”, me dice mirando a su chica que le sonríe con total Satisfaction.
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February 21, 2006

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Si. La historia me inquietó a niveles corneteros. Debe ser porque mi mayor temor en la vida es terminar a lo "Love in vain". Léala en su versión original a continuación o a todo color y con los comentarios de la gallá en "EL HOMBRE QUE QUISO HACKEAR A DIOS". Un titulón, no?. Sólo las comillas son mías.

Chris McKinstry
TRISTE SOLITARIO Y FINAL


Una autoridad mundial en Inteligencia Artificial que a los 12 diseñaba juegos de video en computadores de mall, a los 19 daba cátedras de seguridad nuclear a los militares y que pasó sus últimos años monitoreando el universo en el telescopio Paranal, se bajó del mundo. Vivió hiperconectado a la Matrix toda su vida y anunció en su blog casi en tiempo real que se suicidaba. Abandonado, solo y obsesionado con la idea de hackearle el computador a Dios. Esta es la historia de un Hamlet moribundo que quiso meter el conocimiento universal en una cáscara de nuez.

Por Carlos Salazar
Uno de los últimos descubrimientos de Chris McKinstry, científico canadiense y autoridad mundial en Inteligencia Artificial, fue que a los niños en Halloween también se les podía regalar sushi en lugar de golosinas. Una postal feliz del último año de vida de Chris lo refleja junto a su polola Diana y su más cercano círculo de amigos celebrando la noche de brujas en el espacioso departamento de Merced 250 frente al Parque Forestal. Ella vestía su mejor vestido negro y “el calzado mas sofisticado que ha diseñado Prada”, bromeaba Chris refiriéndose a sus pies descalzos.
Cuando Drácula, Frankenstein y una pequeña sirenita tocaron el timbre exigiendo dulce o travesura, Chris en su tarzanesco español les explicó que no tenía caramelos pero si rolls. Chris llamo a esa noche The first sushi Hallowen. Y fue todo un éxito. Tanto, que los papás de Drácula, Frankenstein y la pequeña sirenita dijeron que el próximo año ellos vendrían disfrazados para comer sushi. Pero el 25 de enero de este año, el anfitrión fue encontrado de bruces en la cocina del departamento con una bolsa plástica envuelta en la cabeza. Esa vez su único hipervínculo con el mundo era una manguera conectada a la tubería del gas.
Las últimas horas de vida de Chris son un misterio para sus más cercanos. Los que lo llamaron infructuosamente a su celular apagado cuando leyeron la carta suicida posteada en su blog, los que trataron de ubicarlo en el nuevo departamento que compartía con Diana, pero ella no sabía de él desde el viernes en que discutieron violentamente. El resto es lo que apareció en el noticiario y en la crónica roja que informaba sobre el excéntrico científico suicida del barrio Lastarria que murió en compañía de su propio eco. Vivió conectado a las redes desde niño, ya de adulto -enamorado y deseoso de tener hijos- terminó sus días triste, solitario y final con un macabro epílogo escrito por él mismo.
¿Qué lleva a un exitoso científico que aún no toca la cima de su genialidad a la determinación más drástica de acabar con su vida?. Navegando en Amazon se puede ver su lista de deseos y asistir al coqueteo que tiene con el suicidio desde el año 2003. “The Harvard Medical School Guide to Suicide”, “Treating Suicidal Behavior: An Effective, Time-Limited Approach”, “Comprehensive Textbook of Suicidology” son sus lecturas deseadas entre una antología bilingüe de Pablo Neruda y la primera temporada de Star Trek en DVD.

UNA ODISEA ESPECIAL
En su nota suicida recuerda que desde pequeño convivió con ideas sobre autoeliminarse e incluso a los 23 años en 1990 fue detenido en Canadá por porte de armas. Compró un revólver para matarse y la cargó en la misma tienda. Fue la vendedora la que llamó a la policía. Más tarde, en abril del 2001, en plena cumbre mundial de Hackers en las Torres Gemelas -meses antes del 11/S- expuso a sus pupilos que el hackeo venía de vuelta hace tiempo ya y que sus planes hoy eran hackearle el PC a Dios en la mejor tradición de las novelas de Paul Auster. En la teoría un proyecto tan ambicioso como llevar a Dorothy de regreso a Kansas.

El último posteo del 25 de enero, para muchos fue sólo una pelada de cables, pero que adquiere más sentido que nunca si tratamos de entender el plan maestro de Chris, el de complementar su teoría sobre la mente como una esfera hiperdimensional con el proyecto Mindpixel. Esto es unir algebra y siquiatría en un proyecto digno de Ray Bradbury: una aproximación para primates nos permite entender que las sombras proyectadas sobre una figura tridimensional pueden marcar un mapa que en álgebra se conocen como los Mapas de Hopf. Explicándolo con manzanitas, habrá que imaginarse la hoja de una manzana proyectando sombra sobre la cáscara de la fruta: es decir una imagen bidimensional (sombra) encima de un objeto 3D (la manzana). Así se sienta la base de que podría hacerse lo mismo con los procesos mentales proyectados –como sombras- sobre un objeto material como el cerebro. McKinstry planeaba ilustrar un mapa de las funciones de la amígdala o el hipotálamo, por ejemplo, para explicar qué forma tiene la mente. Y de ese bosquejo a la escultura, hay un paso. Del modelo matemático a crear inteligencia, otro. “Nadie supo esto antes que yo, y al parecer a nadie le importa. Da lo mismo. Mi tiempo será en cientos o miles de años cuando la idea regrese otra vez", dijo a su favor en sus últimos párrafos de vida.

Bajo la chapa del científico loco, excéntrico, tras la tragedia pocos se detuvieron en la figura del genio que a los 12 años programaba juegos de ajedrez en cassetes para Radioshack en los mismos PC de la tienda y los vendía por un puñado de centavos. Hijo de una madre soltera, desde que nació en 1965 vivió con lo puesto. De adolescente no podía costearse el lujo de un computador de la época pero ya a los 19 años era popular por haber inventado un sistema anticopia para discos floppy y trabajaba en Lithin Systems una corporación militar donde se programaban sistemas guías para misiles crucero y reactores nucleares en Toronto. Impartía ahí clases a militares sobre seguridad informática.
Cuando se independizó como comerciante no lo hizo nada de mal porque para la navidad de 1991 se anticipó a la salida de los primeros computadores con CD Rom y vendió 50 mil CD con juegos a la revista PC Magazine amasando 2 millones de dólares en un par de semanas y sin moverse de su escritorio. Como recuerdo guardó su primer ordenador para cuando tuviese un hijo y así poder enseñarle desde lo básico, tal como aprendió él a comunicarse con las máquinas. Un par de días antes del Y2K nació el pequeño Kilian. Chris y Jessica se habían casado en abril de ese año después de 5 años de convivencia, pero al cabo de ese lapso se separaron y Kilian partió con mamá a Inglaterra en el primero de una serie de golpes que irían poco a poco mellando el espíritu de Chris.

HACKEANDO LA CONCIENCIA
La informática, biología y psicología eran las arenas que transitaba Chris, deseoso por comprender el proceso fisiológico del pensamiento y extrapolarlo a una máquina que pudiese pensar por sí misma. Cuando internet era una teoría fantasiosa digna de películas como “Hacking Consciousness?”. La biblia para entender el proyecto Mindpixel en donde el viajero profeta explica a sus fieles como trabajan las redes neurales y la ciencia detrás de ese proceso. Compartía amistosamente su tiempo y conocimientos con los iniciados en el tema tecnológico, a quienes reveló el “Why Chile?”. El porqué instalarse en un país cuyo único punto en común con Silicon Valley era la cancha de golf de la Ciudad Empresarial. Chris estaba extasiado con la idea de echar raíces en un país parado en el penúltimo peldaño del desarrollo. Con la suficiente tecnología como para empezar a crear e investigar de cero, sentía que aquí a diferencia de otros países se estaba construyendo toda una infraestructura y cultura base, sin un legado que soportar ni viejas universidades que acaparasen la investigación.
La tranquilidad que necesitaba para escribir su manifiesto y potenciar su creación no podía ser un lugar más inhóspito que el Desierto de Atacama. Con la pura fé de su nombre y un currículum rastreable en la BBC, CNN y las revistas Time, Computer Magazine en Frances y BritishScience.
“Cuando has trabajado con computadoras por 20 años puedes trabajar en cualquier lugar que quieras, puedes llegar a Cerro Paranal y decir “Hola, ¿dónde esta mi escritorio?”, decía a sus fans y en la ensordecedora soledad del desierto operó uno de los más complejos telescopios del mundo en la parte más seca del Desierto de Atacama. Asi que no le costó mucho llegar a trabajar en el más complejo sistema tecnológico del observatorio VLT del Cerro Paranal. En la red de 600 computadores que controlan el telescopio con una sola persona en la línea de comando.

Durante largas horas de silencio y oscuridad, Chris vivía de noche. Conversaba con sus colegas sobre cine, sus nutridas experiencias con LSD y Skank aislados del resto del mundo y con una compleja labor que él relativizaba diciendo: “Mi pega consiste en hacer un click al mouse cada 4 horas, el resto del tiempo lo ocupo para leer o navegar en internet”, con arrogante humildad. Pero por dentro sentía lástima por los astrónomos que lloraban de impotencia cuando la noche para la que habían sacado hora –muchas veces una sola noche durante toda su carrera- estaba nublada. Y quienes trabajaron con él en el observatorio recuerdan una bella historia que el no perdía ocasión de contar sobre su abuelo taxista en su natal Winipeg. Chris se presentaba a sí mismo como un "taxi driver" que conducía astrónomos por el espacio en el asiento de atrás. “Los puedo llevar a cualquier parte del universo –se jactaba- es como una nave espacial, incluso luce como una”. Y tal como su abuelo, montaba a sus notables pasajeros sobre el espejo de 175 metros de diámetro que tiene el telescopio. Un espejo que apenas podría reflejar el ego del científico creador del Proyecto Modelo Mente Digital.

MINDPIXEL: EL UNIVERSO EN UNA CÁSCARA DE NUEZ
Tenía un tatuaje en la mano izquierda que reunía el código binario y el símbolo griego de la psique, un símbolo de su aspiración a ambos mundos integrados. Tocaba el bajo y era fanático de los Kinks y Joy Division. Apenas hablaba español, pero dominaba todos los lenguajes informáticos existentes, incluso el Assambler y el Basic que son el esperanto de la jerga tecnofílica, pero “El Gringo”, escondía detrás de su llamativa vestimenta cotidiana muchísimo más que un colorín alto y huesudo enfundado en cuero, cinturones de rockero y botas de serpiente. Acá operó el telescopio más grande del mundo, pero tenía como prioridad su proyecto fetiche: encerrar el conocimiento universal en una máquina que te da los buenos días y te pregunta con genuino interés “¿Cómo estás?”.
El proyecto 300 años.
En conjunto con Marvin Mintsky, el más prestigioso investigador en IA del mundo (y colaborador de Kubrick en 2001 Odisea del espacio), Mindpixel salió de las aulas universitarias. En 1994 la aparición de internet también favoreció el trabajo de Chris, pero sorpresivamente y como suele ocurrir en estos casos, -sino, qu elo niegue Bill Gates a sus ex compañeritos de curso- el piropo de Mintsky se convirtió en un descarado plagio amparado por el MIT y llamado OpenMind. Repentinamente decidieron replicar el trabajo de McKinstry con más recursos pero con la intermitente ayuda de estudiantes que ofrecían en definitiva insalvables limitantes que dejaban al proyecto MIT muy por debajo de Mindpixel. El truco, según Chris, consistía en que cada mindpixel ingresado ofrece 20 preguntas de validación antes de asegurar por si mismo que por ejemplo “Florcita Motuda es un hombre”, pero si alguien le dice a OpenMind que “Florcita Motuda es una mujer” lo aceptará simplemente y no lo validará, luego sólo lo repetirá como sucede con esos chats que aseguran trabajar con inteligencia artificial.

LLAMADA PERDIDA
A veces aplaudido eufóricamente, otras ignorado y finalmente “chaqueteado” Chris era un outsider de la comunidad científica, sus papers tardaban años en publicarse y eso también le afectaba. Pero a la vez le daba total libertad de continuar sus proyectos desde Canadá a Chile y de Chile a Canadá, podía rechazar ofertas de trabajo en Silicon Valley y lanzarse en sus proyectos sin pedirle permiso a nadie.
Se entusiasmaba fácilmente por ideas en las que ponía toda su energía, algunos salían mal y se deprimía; pero una de los eventos que nunca pudo superar fue vivir separado de su hijo Kilian. Incluso Chris tenía fotos del test de embarazo de su ex mujer y de las ecografías del bebé cuando recién contaba con 30 minutos de edad. “Porque él estaba súper enamorado de su hijo, tenía su foto en el PC en Paranal y llegó un momento en que se separó y empezó a ponerse triste. Le destrozó el corazón y nunca se recuperó, no mucho”, cuenta uno de los asistentes a la misa por el descanso de su alma.

Un día decidió dejar su trabajo en el telescopio porque según él estaba perdiendo el tiempo para realizar los proyectos que de verdad le interesaban.
Regaló sus discos, pero no sus libros y se vino a Santiago. Por entonces le puso el punto final a su libro, creó un ciberpartido político que no tuvo mucha convocatoria y algunos de sus compañeros de Paranal no volvieron a saber de él hasta que un lunes la prensa publicó el triste final de un científico loco que golpeaba a su mujer y anunció su muerte en el blog.

Durante todo ese tiempo algo le faltaba. Su hijo estaba en Inglaterra y él trabajaba hacía poco más de un año en una productora de comerciales de TV cuyo más reciente éxito era la campaña del patito amarillo del BancoEstado que gritaba el Ce-hache-í. Allí ocupaba la oficina del altillo, una habitación blanca atiborrada de libros con todas sus páginas cubiertas de anotaciones. Libros que versaban en su mayoría sobre Dios y la mente. De hecho “God” le llamaban en el trabajo por su tremendo currículum y la omnisciente ubicación que ocupaba en el edificio. Sin embargo, a diario su mayor desafío era reiniciarle el PC a gente que no podía comunicarse en inglés con él o arreglar a última hora las instalaciones de una presentación en Powerpoint.
La foto del pequeño Kilian en el monitor era un analgésico que le recordaba todo lo que no tenía. Tenía planes de implementar un sistema de programación a distancia para el trabajo.De pronto se enteraron de las peleas con su pareja. Él quería un hijo, se le vio eufórico la última semana: un médico le había contado que tenía posibilidades de engendrar un hijo con su polola pese a la esclerosis múltiple que la aquejaba. Malhumorado por las continuas discusiones con los que le decían que buscara una segunda opinión, la gota que rebalsó el vaso fue una pluma Mont Blanc. El costoso obsequio de mil dólares que él no le había hecho a su mujer y que arrojó a la calle. Testigos dijeron que había tirado un celular, que los celos derivaron en violencia física contra su polola, pero sus amigos sostienen que pese a que en el trabajo las neurosis de muchos a veces se descargaban contra El Gringo, él siempre fue un tipo de trato cortés y delicado que no mataría una mosca y adoraba a su novia.El último día de trabajo lo vieron malhumorado, de pocas palabras, contestaba mails con monosílabos y únicamente le levantaba las cejas a quienes siempre saludó cordialmente. Con un saludo de autómata le dijo a un compañero de la pega que todo estaba mal y desapareció todo el fin de semana.
Desde el formidable departamento de Merced 250, entonces puesto a la venta, repasó su last sushi Hallowen, el disco de Leo Quinteros prestado que no alcanzaría a devolver y citas como “El suicidio es la forma de decirle a Dios “Tu no puedes despedirme, ¡yo renuncio!”. Garrapateó algunos dibujos bajo los efectos de sedantes y desde el Apple Book le respondió el frenético comment a uno de sus grandes amigos en Antofagasta que leyó su carta suicida y le pedía llamar al 131 (el número del Servicio de Atención Primaria de Urgencias, alias SAPU) : “Too late”, tecleó Chris y se tendió en el piso flotante.Enclavado al borde la carretera mundial, el blog de Chris McKinstry es una animita impenetrable, que encierra gran parte de su trabajo, sus días buenos, los otros y esos momentos Kodak de un tipo que se quedó esperando una llamada a la que no iba a darle importancia. “Este comercial universo Luis Vuitton, Parada, Mont Blanc no es para mi. Si tan solo me hubiesen amado tanto como a una pluma Mont Blanc...” anotó ansioso de ir a hackearle el IMAC a Dios.