February 22, 2006

SATISFACTION GARANTIZADA


Mientras los empresarios evalúan como hacer coincidir las agendas de Marco Antonio Solís, U2 y el Festival de Viña; 150 mil argentinos hacen filas de 30 cuadras, lloran sobre césped del estadio de River Plate, queman la ciudad y exorcizan los demonios de una crisis por dos horas de show sólo comparables a la pelea de Mohammed Alí versus Sonny Liston. En un espectáculo tan joven y tan viejo... like a rolling stone



"Hoy me pesan las manos y me duelen los pies/ he caminado tanto solo para ir a verte una sola vez"
Perrosky

Echado de espalda sobre el pasto en el estadio de River, veo las nubes negras que flotan sin ni una misericorde esperanza de lluvia. Cada tanto, los aviones que pasan rumbo al Aeroparque Newbery, cruzan el cielo provocando un estruendo que compite con el de la galería coreando “¡Oh, vamos los Stones!"”.
Son las 21 horas y la fila para entrar a la primera fecha de los Rolling Stones en Buenos Aires duró 5 horas y media bajo un calor infernal. De cabeza veo a un grupo de jóvenes. Los huelo fumar porros y los oigo conversar sobre lo humano y lo estón:
-“¿Ché, sabías que Keith Richards va a ser el papá corsario de Johnny Depp en Piratas del caribe 2?”
-“Loco, ¿escuchaste eso de que la comida favorita de Jagger es el asado argentino?”
-“¿Supiste que Richards dijo que el recital no empezaba hasta que el último argentino estuviera instalado adentro del estadio?. Qué loco, Ché.”
Yo repaso los codazos de la fila peleando con la gente que intentaba colarse. Era como el desembarco en Normandia, pero con la polola a cuestas y cuidando un ticket que en ese exacto momento valía más que mis dos ojos.
Los revendendores se agarraban a piñas con la gente que dudaba de la autenticidad de sus entradas de 300 mangos. Antes valían $150 pesos argentinos. “Si la querés la tomás”, le decían al público y le largaban el puñetazo si la pensaban mucho. Afuera, una periodista histérica de cabellera rubia y cejas negras intentaba hacer funcionar el celular y para ello invocaba a toda la familia del camarógrafo cabecita negra.
Yo sí soy un mal periodista. Los editores me tienen convencido de eso. Truman Capote se cagaba a sus amigos para escribir una crónica viscosa, despellejarlos vivos y luego se largaba a Tánger. Yo para poder asistir a un recital y vacacionar un par de semanas tuve que hacer deleznables cosas también. Me acosté a las 5 de la mañana día por medio durante los últimos tres meses, escribí decenas de relatos eróticos para un próspero empresario hotelero en un solo día y viajé con tendinitis a Buenos Aires. Pero ahora estoy echado sobre el pasto del estadio de River.
En medio de toda esa evaluación, con Ray Charles aún gritando “What i’d say”, las luces se apagan y la gente empieza a gritar como si en el escenario empezara el primer round entre Satanás y Cristo. Saltan como corderos endemoniados y asistimos a todo color al Bigger Bang que da inicio al espectáculo en una pantalla del tamaño de este monitor si el fiel lector fuese un byte.
La explosión es algo así como el Big Bang, como una supernova de piedras rodantes, Cadillacs, transbordadores espaciales y guitarras volando por el universo y aterrizando en la entrepierna de una descomunal negra del tamaño de los Himalayas. Todo en un minuto en que los aplausos hacen temblar –literalmente- los cimientos del estadio. A continuación, y embutido en una chaqueta de torero Mick Jagger se contonea como una gacela con tacos en el primer riff de la noche. “Jumpin Jack Flash”, me informan por interno. Es buena la vida.
ROJO VIP
La santísima trinidad porteña se compone de Diego Armando, el queso muzarella y Los Rolling Stones como santos patronos de una ciudad apaleada, pero contenta de tener de vuelta tras ocho años de ausencia, a la banda más longeva del planeta.
Viéndolos sobre el escenario uno no puede dejar de especular sobre la posibilidad de que Keith Richards esté efectivamente muerto, y que lo hacen tocar la guitarra gracias a la magia negra. O que ese abuelo que uno ve en el escenario bailando como un adolescente, es en realidad un clon de Mick Jagger, uno que en cada descanso del recital es reemplazado por el próximo Jagger artificial sacado de una burbuja criogénica. Uno que durará 30 minutos de show antes de desintegrarse totalmente.
Tras la presentación, Richards es tomado en andas por el griterío y demuestra esa faceta tímida del tipo que no sabe qué hacer con los halagos cuando son merecidos. El vocalista carismático, cede su lugar al guitarrista místico que en sus quince minutos interpreta “This Place Is Empty” y “Happy”. El público está en un trance que llega a su paroxismo cuando el escenario empieza a moverse por un riel hasta el centro del estadio durante ”Miss you”.
Como en las películas de George Romero, los asistentes acudimos al llamado del sonido que cubre el estadio y la multitud avanza como un yogurt puesto boca abajo. El centenar de fantasmas de Cromagnonque aún palpita en las sienes del argentino asistieron también al show y cada vez que alguna chica se caía de los hombros de su pololo al suelo, la gente en lugar de ayudar, escapaba como si el porrazo fuera en un campo minado.
Pero abuelos, hijos y nietos disfrutaron totalmente el espectáculo hasta casi derramar la segunda lágrima del kitsh de Kundera. “Todo es alegría”, le decía un padre a su hijo en brazos mientras el cuarteto inglés volaba sobre las cabezas en el escenario móvil.
Personalmente, la última vez que vi a padres e hijos juntos en un concierto fue en un recital de Mazapán en el Teatro Providencia. Claro, las tías intérpretes de Negrito Zambo tenían una actitud menos desenfadada ante la vida que Jagger, Richards, Wood y Watts esta noche. Un equipo que si bien podría jugar un partido de canasta con Charlie García, Julita Astaburuaga, Sergio Livingstone o el elenco de Rojo Vip, prefiere encender las pasiones y tratar con afecto a su público argentino.
“Los extrañamos mucho. Ustedes están igual”, suelta Jagger en un español tan parco como el de los documentales de la Deutshwelle. Afuera la gente era una turba enfurecida como si les hubiesen caricaturizado a su profeta. Veinte minutos empezado el show seguían haciendo filas interminables, quemando baños públicos y destruyendo autos, partiendo en dos las entradas ante las cámaras de TV y anunciando las penas del infierno para los organizadores por perderse el comienzo del recital. Y yo sin sacarme la polera desde los días de pichangaen el colegio, terminé perdiendo 3 kilos en un día, revoleando la polera con “Tumblin’ dice”, “Midnight rambler”, “Honky tonk women” y otros grandes éxitos que harían mover los pies a Sergio Pirincho Cárcamo, dentro de la convención mundial más grande de poleras de los Rolling Stones.
Horas después y a un día del próximo concierto, sigue sonando el falsete en las galerías del Monumental de River. Sobretodo en los oídos de la vecina quejosaque intenta boicotear el concierto del jueves. Asqueada de la sola idea de ver a su hija saliendo con un Rolling Stone.
AFTER HOUR
Ahora después del concierto estamos acá en el 40 x 5,un bar temático dedicado exclusivamente a los Rolling Stones. Bajo un retrato de Brian Jones, Pablo, Verónica y Francisca -chilenos que también viajaron a ver el concierto- aún están con los pelos de punta y el eco de los 70 mil asistentes al show burbujea junto a las botellas de Quilmes. En los oídos repasamos los momentos kodak del recital, la pantalla de calidad cinematográfica y hacemos un listado de las canciones que faltaron.
Lo más parecido que tenemos al 40 X 5 en Chile debe ser el Shopdog de Estación Central. En Cuenca y Navarro, en pleno barrio porteño de Flores (que es algo así como nuestra Avenida Matta) cada pared es una galería de la fama de cada estón y el comedor está debidamente señalizado con un señero “Banquete de pordioseros” y el reloj mural con un “Time is on my side” y hasta un pedacito de la piscina donde murió ahogado Brian Jones. A los que pisan por primera vez el lugar, todos los presentes les entonan un "Waiting on a friend” tradicional. Y si bien el garzoneo porteño es de una amabilidad exquisita, el dueño del boliche es como Gandhi invitándote a su casa:
-“Chicos lo sentimos, con lo del recital de hoy no tuve tiempo para preparar maní y esas cosas así que si me esperan ya les traigo una pizza gratis”.
Cada diez minutos un comensal pide la palabra y propone un brindis. Por lo que venga. Ya sea porque fue la primera vez que llevó a su hijo de 5 años a un recital de los Stones, porque alguien consiguió esa rareza disquera que faltaba en su colección o simplemente porque el recital fue una perla más en la corona de la vida de estos devotos del rock. El año pasado celebraron el cumpleaños Keith Richards y Alexis viajó desde chile especialmente para la ocasión.
Alexis es un joven ingeniero que a los 13 años se encontró con los Stones porque a su mamá le gustaba la canción “Angie” y dejó los discos de los Beatles como repisa para coleccionar con mórbida adicción todo lo que tenga una lengua roja como símbolo.Hoy cuenta que tiene cerca de 500 vinilos de la banda inglesa, una de las baquetas de Charlie Watts, fotografías originales con certificado de autenticidad y toda la bibliografía rolinga que ha salido al mercado. Está vestido casi completamente de blanco como Mick Jagger en la carátula de “Beggars Banquet” con ropa hecha a su medida y un cinturón que ya quisiera Elvis Presley. El día anterior compró un dibujo de Brian Jones que se hizo a mano en el local y se subastó a 70 dólares.
Me cuenta que viajó a Argentina para asistir a los dos recitales y apuesta con el dueño del local que el jueves, la segunda fecha stoner, incluirá a como dé lugar “Wild horses”: un lento clásico que es al rolinga lo que para el beatlemaníaco es la caricia krishna de Harrison en “Something”.
Aún falta la segunda tocata de los Rolling Stones, que se hagan unos foros en San Telmo y la Gran-fiesta-gran para finalizar una semana completa dedicada a “La banda más grande de la historia”, como reza la inscripción en la barra (No, no son los Bunkers). Juan, el dueño del local, hace un brindis por su hija que está por nacer y su polola que debe ser tan rolinga como él. Si no, una relación como esta no tendría sentido. Le pregunto cómo se va a llamar su piba que llega en tres meses más. Me imagino que Lady Jane, Angie o por último Ruby Tuesday. “Joaquina”, me dice mirando a su chica que le sonríe con total Satisfaction.
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6 comments:

M C said...

Y arrancaste una champa de pasto `para el recuerdo?

Anonymous said...

Que quiere que le diga... par de textos maravillosos.
Eso si, lo que más me gustó fue el título.
No puedo seguir, estoy sangrando.

Anonymous said...

Que gran concierto querido... por allá en los Wenos Aires.
Besos

Geopolítica said...

negro: corta el webeo.
escribís la raja.

Anonymous said...

tE exo0 un mo0onto0n de meno0o0s
no sabii cuanto0.. no saber de ti..no0 me ustAa.. necesiito0o saber de ti .. te has convertiido0 en una adiccion carlos ... te kiero!

cUidate espero saber pronto
de ud. i ke podamos hablar, reirno0os compartir co0o siempre..me gustaria verte enserio0o .. tu me dices cuando0.!

beso0o0s!

Anonymous said...

No puedo creer tu fascinación...jajaja...debo decirte que me parces un poco extraño...quizás también seas fascinante..
chau!